Encuentros sangrientos
Valentín estaba atado a la silla, mirando la pared. Las ventanas estaban tapadas con una cortina oscura. La habitación tenía pocos muebles, sólo la silla, una mesa vieja y un par de cubiertos apoyados en la mesada. Gonzalez afilaba los cuchillos. Se había encargado de tapiar las puertas y de elegir un lugar bien alejado, para que nadie escuchara los gritos. En una de las paredes, justo adelante de su víctima, colgó unas cartas. Una dirigida hacia María Julia, su secretaria; le contaba sobre sus irrevocables deseos de penetrarla y le pedía que lo perdonara por no tener tanto tiempo para ella. Otra estaba dirigida a una tal Lorena, desconocida para Gonzalez pero que al parecer había sufrido golpes por parte de Valentín y este le escribía para pedirle por favor que lo perdonara y que no hiciera la denuncia. Quería gritar pero también lo habían amordazado con un trapo viejo y su única conexión con el mundo eran sus ojos tristes. González caminaba con nervios...