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Mostrando entradas de junio, 2017

Antes del diluvio

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Era jueves y llovía. No recuerdo  el número exacto, y apenas con esfuerzo sé que fue en marzo porque empezaba el otoño . Y amar el otoño f orma parte de mi estúpida   personalidad  de poeta decadente; pisar las hojas cuando mueren. Suena feo que uno pueda  regocijarse con la muerte . Mucho peor era que bailáramos sobre una pila de cadáveres, o encontrarle la belleza a un acto tan espantoso como era el punto final de nuestro propio relato.  Es injusto hablar en plural porque ya no  está s , y porque vos  odiabas el otoño. Pero de alguna manera el nosotros te mantiene con vida, hace que sigas agarrándome la mano cuando caminamos juntos por las calles llenas de árboles pelados... Sí,  tenés  razón, me estoy poniendo cursi. Y cuando me pongo cursi me voy por las ramas. La idea era contar lo que pasó ese día, no el que te fuiste  sino el que decidimos  juntos que fuera el final. Porque a partir de ahí todo fue una amarga y triste lucha contra las reglas del tiempo . Es una mierda saber

Hombres fumando en la ventana

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      Un hombre como Damián Barceló no podía existir más que en el siglo de las luces, como un solitario recuerdo parisino en los libros de historia. Era un tipo distante y retraído, de esos que abren la boca para decir frases que a la distancia parecen inteligentes. Sin embargo allí estaba, sentado en un café de Mar del Plata muchos siglos después de lo esperado.  Su amante era un chico joven. No tanto para los parámetros de la época, pero sí lo suficiente para no saber qué carajos hacer con su vida. Damián lo entendía, aunque a veces las discusiones se volvían un tanto apasionadas. Esa era la magia de su amor.  En el mundo no existen más que personas chocando de frente, complementando sus diferencias en guerras interminables. Además no hay nada más aburrido que garchar con uno mismo.       Eduardo era el típico pibe rebelde. Sus padres le insistían para que llevara una vida recta, con objetivos claros y metas ambiciosas. Él no quería sentar cabeza. Ni siquiera sabia lo qu

Pánico en la jungla

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      Un tipo pasa apurado en su  208, tocando bocina. El ruido ensordecedor hace que todos se den vuelta a mirar. El Hombre se asusta y retrocede. Gira la cabeza hacia donde está el auto estacionado en doble fila y ve a la bestia furiosa bajando de su coche. Está paralizado. Lo aterra que el tipo se le acerque con un fierro en la mano. Lo aterra creer que lo va a agarrar de los pelos y va a empezar a golp earlo en la cara. El Hombre mete las manos en los bolsillos, duro, sin quitar la vista del suelo. El tipo del auto se aproxima , cada vez más furioso, sin soltar nunca el trozo de metal. Respira. Abre los ojos, los cierra. Le tiemblan las manos. Respira de nuevo. La bestia le pasa por al lado y empieza a golpear indiscriminadamente a todos los autos que evidentemente le han cercado el camino. Sigue caminando, un poco más calmado. A unque el tipo no lo registr a se siente un sobreviviente. La avenida está llena de personas con camisas blancas y polleras tubo que van y v ien