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Mostrando entradas de julio, 2017

Sexo causal

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Me desperté en una casa oscur a y desconocida en mitad de la noche.  Se me partía la cabeza . C uando me senté en esa inmensa  cama de dos  plazas descubrí que todo me daba vueltas. El lugar era un cuarto pequeño, con paredes blancas y peladas. En frente , como un actor silencioso que aguarda a un costado del escenario, un enorme ventanal sin cortinas mostraba la enorme ciudad de fondo.    No me pude mirarlo. Los primeros minutos después de una noche de sexo casual suelen ser muy raros. La primera reacción es tratar de descubrir si estás o no en tu casa. Cuando el aire misterioso lo cubre todo, y  notás  que ese cuarto lujoso no es el rincón inmundo en el que dormís todos los días, lo siguiente es ver para un costado y saber  dó nde  carajos terminaste después de ponerte en pedo en el antro, y quién fue el fulano que te agarró de sorpresa y te convenció para terminar durmiendo con él.   Ese paso me da terror. Es de las peores sensaciones que pueden existir .  Me gusta c

Todos los rostros, el mismo rostro

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Unos flacos se estaban besando adelante suyo. Tal vez fue el estrés, o el hecho de que no había pegado un ojo en toda la noche, pero los vio con el rostro de su ex, con el mismo pelo castaño, los mismos ojos café, e incluso la misma barba de tres días que nunca terminaba de crecer.   Aníbal Crosetta había publicado algunos libros mediocres y hacía mucho tiempo que no se le caía una idea. Últimamente, sólo le salía escribir poemas, y, como buen burgués, sabía que si quería llegar alto no tenía que dedicarse a la poesía.   El desierto creativo empezó exactamente en el mes de marzo de aquel año, cuando Otto le dijo que estaba aburrido de la relación y decidió que siguieran cada uno por su lado. Al principio no le creyó. Cortaban tres veces por mes y las rupturas se había vuelto parte de la rutina. Pero al pasar los días, y al notar que no recibía ningún mensaje de disculpas, comenzó a preocuparse. Fue hasta el café de la esquina, con su libreta azul y la lapicera de bolsillo. Bu

El hogar de las bestias

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Se encontró  abandonada  en un cuarto bañado de sombras. Quizás se había perdido en la casa de otra persona, o la habían secuestrado, o había terminado allí después de tanto caminar por la ciudad desierta y había decidido entrar para pedir un vaso de ag ua, p ero alguien la había golpeado en la cabeza con un palo más grande que su brazo antes de salir corriendo.   Las puertas y las ventanas estaban tapiadas con unos listones gigantes de madera. Ella estaba sentada sobre la alfombra, que e l paso de l tiempo  había convertido en un pedazo de tela mugroso y con agujeros por todos lados.  Hubiera querido sentir rencor, odio, al menos cierto grado de enojo, pero se hallaba tan deshabitada como el espacio vacío entre esas cuatro paredes. Tal vez habían pasado varios años, lo que no tenía sentido porque se hubiera muerto de hambre. Tal vez habían pasado unos pocos días, lo que no cerraba por ningún lado ya que ni siquiera era capaz de recordar su nombre.  Su mente era una nube gris