Sexo causal

Me desperté en una casa oscura y desconocida en mitad de la noche.  Se me partía la cabeza. Cuando me senté en esa inmensa cama de dos plazas descubrí que todo me daba vueltas. El lugar era un cuarto pequeño, con paredes blancas y peladas. En frente, como un actor silencioso que aguarda a un costado del escenario, un enorme ventanal sin cortinas mostraba la enorme ciudad de fondo.  
No me pude mirarlo. Los primeros minutos después de una noche de sexo casual suelen ser muy raros. La primera reacción es tratar de descubrir si estás o no en tu casa. Cuando el aire misterioso lo cubre todo, y notás que ese cuarto lujoso no es el rincón inmundo en el que dormís todos los días, lo siguiente es ver para un costado y saber nde carajos terminaste después de ponerte en pedo en el antro, y quién fue el fulano que te agarró de sorpresa y te convenció para terminar durmiendo con él.  Ese paso me da terror. Es de las peores sensaciones que puedenexistir
Me gusta coger, no voy a mentir. Es una manera de canalizar toda la bronca contenida, de acabar sin compromisos con todas las emociones revueltas que recorren mis órganos. Ese día, por una razón que no se mencionar -quizás fue el dolor de cabeza, quizás la resaca, quizás la intuición - no giré la cabeza sino que salí disparado de la cama y me paré frente al ventanal.  
La urbe oscura juzgaba a lo lejos mi cuerpo desnudo, la silueta de mi ser que se dibujaba tras el vidrio, empañado por el calor que había quedado encerrado con nosotros. Quería recordar la noche anterior pero no era más que una nube borrosa llena de frases colgadas y de fotos amarillentas: yo saliendo de mi casa en remís, saludando a los chicos que me esperaban en la esquina de siempre, el trago que le pedí al chico de la barra, los colores flotando como una música psicodélica en el vaso de vidrio, yo de nuevo bailando en el caño y un flaco mirándome con cara de depravado desde la primera fila. Lo demás es sólo una nea negra que se extiende hasta que abro los ojos por la madrugada.   
Sus manos huesudas recorrieron mi cintura, adueñándose de  como si le perteneciera por completo. Traté de negarme, de hacerme el difícil, pero no pude resistirme cuando empezó a pasar su lengua por mi cuello. Es mi punto débil y él estaba al tanto.  Me entregué, completo, sin mirarlo a la cara. Por un lado, me daba morbo no conocer su identidad, era como coger con un fantasma, con una sombra que cubría mi cuerpo y me ocultaba entre sus brazos. Por el otro, estaba aterrado, era una sensación paralizante. Su lengua bajó por mi espalda, recorriendo cada surco, bañando mi piel con su perfume amargo. 
Lo dejé entrar como si él tuviera el dominio absoluto sobre cada una de mis curvas. Parecía a gusto porque gemía en mi oreja y me agarraba de los pelos, tirándome sobre el vidrio. Me perdí en un estado de éxtasis, dejándome llevar por sus movimientos. No me dolió en absoluto, como si lo hubiéramos estado haciendo hasta recién, como si nuestras partes estuvieran acostumbradas y encajaran a la perfección. El olor de su piel me estaba volviendo loco. Sentí la necesidad de quedarme en esa posición durante horas. Lo apreté contra mí para que llegara bien hasta el fondo. Gimió, esta vez con más fuerza.  
Acabó adentro del forro. Quise darme vuelta para besarlo pero el miedo volvió a paralizarme.  
Me susurró al oído que me esperaba en la cama. La voz me pareció conocida pero yo estaba en otro mundo y no pude prestarle mucha atención. Seguí sin mirarlo. Agarré un pucho del atado que estaba sobre la mesa y me fui hasta la cocina, dándole la espalda. Cerré la puerta, apurado, con bronca. Necesitaba un pequeño refugio, pero las espinas que giraban por mi cabeza se fueron conmigo. A lo lejos se escuchaba su voz, resonando como un eco. Apagué el ruido con el sonido de mi respiración que se hizo más y más fuerte, mientras aspiraba bocanadas de humo.  Cerré los ojos, esperando que al abrirlos apareciera de pronto en mi casa. Tal vez aquello había sido un sueño y nada más.  
Estaba desnudo y observando una de las paredes vacías. Vi su cuerpo marcado, apenas iluminado por la luz de la luna. Me acerqué a tientas, arrastrando los pies en la alfombra gris que me quemaba al rozarla.  Tiré la colilla muerta en el cenicero transparente que descansaba en el suelo, cubierto de otras tantas colillas. Alrededor de la cama había botellas vacías de cerveza y paquetes de forro abiertos. La casa apestaba a sexo.  
Desde que corté con Mariano no había  estado con nadie. Evitaba la noche y las páginas de levante, porque me conozco. Sé que a fin de cuentas siempre me termino enamorando. Por más que el otro sea un pedazo de carne, por más que lo único que hagamos sea coger como locos sin ningún gesto romántico, al final de la película siempre espero más. Un mensaje cuando llego a mi casa. Un beso en el ascensor. Un "nos vemos pronto" mientras me abraza en su cama después de acabar. Lo que sea. Cualquier cosa que me permita quedarme atado a él. Cualquier cosa que me haga saber que soy más que un culo con patas.  
Tuve el impulso de darlo vuelta, de saber quién era mi amante anónimo Me latía el pecho al punto de que creí que iba a partirme al medio y que terminaría tirado en el suelo con las tripas para afuera. Apoyé mi mano en su espalda, bañada en sudor. La ciudad gritaba de fondo, con los autos corriendo picadas, el bullicio de los trasnochados enfrascados en discusiones sin sentido, el canto de los grillos, el gemido de los vecinos garchando en otros departamentos. La foto era perfecta para perderme en su boca sin importar quién era, si lo conocía de otro lado, si ya habíamos estado otras veces en la misma situación. Para empezar, el lugar me parecía desconocido, lo que era un paso importante. Si nunca había estado allí era probable que se tratara de un tipo cualquiera que me levantó en el antro y que me llevó a su casa para encamarse conmigo 
Me vestí a las apuradas, buscando la ropa que había quedado repartida por toda la habitación. Cada tanto lo miraba, asegurándome de que el ruido no fuera a despertarlo 
Agarre las llaves y salí corriendo por el pasillo del edificio solitario. Las voces de la madrugada sonaban a mis espaldas. El corazón me latía a mil. De nuevo, sentí que el pecho se me habría en dos. De nuevo el miedo, la desesperación. Bajé corriendo por las escaleras, no tenía tiempo para esperar el ascensor.   
Abrí la puerta de entrada y lo primero que se me ocurrió fue tirar las llaves para el lado de adentro, antes de perderme en la ciudad dormida.  
No habrán pasado más de dos minutos cuando sentí la vibración de mi celular. Lo saqué del bolsillo de mi pantalón y, extrañado, desbloqueé la pantalla. Número desconocido. Era normal que le diera el teléfono a cualquiera y me arrepintiera sobre la marcha. Me temblaban las manos. Deslicé el dedo hacia abajo para leer el mensaje. Miré para todos lados, como si estuviera ocultando las pruebas de un delito. Las calles estaban desiertas. Las palabras se movían revoltosas, sin dejar que mi cabeza las pudiera atrapar. Me apoyé en la pared de una casucha abandonada, respiré hondoe intenté nuevamente: "Gracias. Te extrañaba". Miré hacia atrás pero no había nada más que un perro callejero descansando en la entrada del edificio. Subí los ojos hasta el décimo piso, casi por instinto, y me vi, desnudo, apoyado en la ventana y con el cigarrillo en la mano. 



Art: Leslie Lohman


Comentarios

Entradas populares de este blog

El monopolio del amor romántico

Vivir con VIH | ¿Cuándo lo tengo que contar?

La gordofobia como discurso hegemónico