Cuidado con el macho
Está al acecho, oculto en la multitud, y se deja ver
cuando encuentra la oportunidad. Pueden llegar a cruzárselo en la calle o en
sus lugares de trabajo. Nunca descansa.
Las mujeres y la comunidad LGBT+ vivimos una realidad
invisibilizada por la cultura hetero-patriarcal. Existe una creencia enraizada
en sus cerebros que los hace sentir con el derecho de abusar verbal y
físicamente de cualquiera que ante sus ojos sea visto como un sujeto débil. Una
mujer va caminando tranquila, con el uniforme del colegio, la ropa que eligió
por la mañana o el conjunto que se puso para salir de joda. No es libre de ser
ella misma. Va mirando para todos lados porque sabe que en cualquier momento él
aparecerá. Y no necesariamente será un tipo encapuchado que se esconda en la
esquina, detrás de un árbol o entre los yuyos de un descampado. Será el
almacenero que saldrá a la puerta a fumarse un pucho, el tipo que irá de la
mano con su hijo y la mirará libidinosamente, los obreros de la construcción, o
el hombre que pasará en su auto con la ventanilla baja. Cualquiera podrá ser el
macho que empezará a gritarle cosas, que le dirá cuánto le gustaría cogérsela o
que le halagará el cuerpo como si fuera un cacho de carne que alguien puso a la
venta en la heladera de un supermercado. No saben lo que es tener que cumplir
las expectativas del macho: mejor anda a la cocina porque ese es tu lugar,
dedicate a cuidar a mis hijos, sos débil, vos vas a hacer lo que yo te diga,
sin mí no sos nada, estás muy gorda, comé algo porque parecés anoréxica, deberías
depilarte.
Ellos no saben lo que se siente salir a la calle y que un
pajero asqueroso quiera tocarles el culo, o que un forro descerebrado les grite
puto de mierda.
No saben lo que es para lxs trans vivir con el miedo
diario de que lxs maten, no para robarles sino por el simple hecho de ser, de
que su identidad de género no es la que la sociedad exigía cuando nacieron. Con
una esperanza de vida muy baja, sabiendo que la muerte espera a la vuelta de la
esquina, que lxs van a mirar con cara de orto cuando vayan a pedir trabajo, que
sus familia lxs rechazarán, que sus amigos no terminarán de entender la
situación; que les dirán que están disfrazadxs, que son hombres con pelucas,
que dan verguenza, que lxs harán vivir al márgen, que lxs empujarán hasta que
no les quede más alternativa que vivir de la prostitución.
No saben lo que es ser LGBT e ir por la vida teniendo que
esconderse, teniendo que reprimir los deseos, las pasiones, sintiendo que todos
te miran raro, escuchando insultos cada maldito día de tu vida sólo por tu
orientación sexual, porque sos pibe y te enamoraste de otro pibe, porque sos
chica y te gustan las chicas. No importa que existan algunos que sean lo
suficientemente fuerte como para soportarlo, no es justo atravesar ese calvario
y nadie tiene porqué aguantarlo. No tuvieron que vivir con el miedo a ser
rechazados por sus familias o sus amigos, a caer en un abismo de incertidumbre.
No perdieron etapas de su vida tras las puertas de un placard lleno de
prejuicios. Demasiados estereotipos, demasiadas barreras que atravesar en el
camino hacia la libertad.
No tienen la menor idea lo que se siente salir a la calle
pensando que en cualquier momento te puede cagar a trompadas un grupo de
machitos sólo por como estas vestidx.
Nos ha pasado infinidad de veces ir de la mano con
nuestras parejas y empezar a mirar para todos lados porque sabemos que un
imbécil va a insultarnos, o en el mejor de los casos se nos va a cagar de risa
como si fuéramos payasos de un circo bizarro en el que ellos son los espectadores.
También puede pasar que se nos acerquen, de a uno o de a muchos, da igual; al
machito le gusta demostrar que te descubrió, como si estuvieras cometiendo un
crimen. Lo más probable es que empiecen a molestarnos, que nos digan alguna
estupidez de dios, ese tal dios está siempre en medio de todos los quilombos;
que nos manden al infierno, como si nunca hubieramos estado allí; que nos
deseen la muerte o hasta que nos den una mano para alcanzarla más rápido.
Viví una situación particular en una casa de té en las
Sierras de los Padres. Fuimos a merendar con Augusto, el chico con el que salía
por aquel entonces. Nos parecía un lugar elegante y de hecho nos trataron bien
casi toda la tarde. Digo casi porque en un momento la cosa se arruinó. Nos
dimos un beso, como tienen derecho a hacerlo dos personas que se quieren. Eso
molestó a la dueña, quien se acercó a pedirnos que pararamos con lo que
estábamos haciendo porque podíamos herir la susceptibilidad de sus clientes. Me
invadió la bronca, la impotencia que ya había sentido muchas otras veces.
Podría estar todo el día narrando situaciones que me generaron bronca. Ese es
el problema, y es grave.
La diversidad vino para quedarse. Las mujeres ocupan un
lugar en la sociedad que se ganaron a fuerza de lucha. La comunidad LGBT+
hemos ganado derechos que no estamos dispuestxs a perder. Pueden seguir
alojados en el siglo XIX, pataleando como bichos raros que se han quedado en el
tiempo, o pueden aceptar que las cosas cambiaron y que merecemos caminar por
las calles en paz con total libertad y orgullosxs de lo que somos.
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