La gordofobia como discurso hegemónico



La delgadez recorre de manera transversal todo el discurso hegemónico. Las personas que no encajan con el prototipo estético de la panza chata, los músculos marcados -todo “en su lugar” - , que carecen de rasgos perfectamente armónicos, son vistos como bichos raros que no se esforzaron lo suficiente para alcanzar el ideal de belleza.

Hace algunos años sentía un gran rechazo por mi cuerpo. Por arte de magia, al terminar la adolescencia, justo cuando por una depresión bajé de peso, pude empezar a tener éxito con los hombres, dejaron de rechazarme, logré debutar sexualmente y por primera vez en mi vida me dijeron cosas lindas sobre mi apariencia. Hasta el momento, mientras no me adaptaba a la imagen hegemónica, tenía que conformarme con que me dijeran que les resultaba  simpático.

El consejo que los gordos están cansados de escuchar es: “amá a tu cuerpo”. Ellos no tendrían ningún problema en amarlo si toda la sociedad no los estuviera señalando como si fueran fenómenos de circo. Cuando estés entrando a un local de ropa y veas ese jean que tanto te gusta, pero la vendedora te mire con asco y te diga, con su mejor cara de constipada: “disculpá linda, no trabajamos talles grandes”, lo que deberías hacer es dar media vuelta y amarte. Cuando vayas a la escuela y todos tus compañeros se rían de vos al grito de “gordo de mierda”, te miren de costado y te aíslen de sus grupos porque no sos como ellos, en lugar de volver llorando a tu casa, deberías amate. También deberías amarte cuando la persona que te gusta te rechace porque no encajás con sus gustos estéticos -y cuando todas las personas que te gustan te rechacen por lo mismo -. Cuando seas une niñe y estés comiendo un churrasco inmundo con gusto a vacío existencial, mientras el resto de tu familia almuerce una bandeja de milanesas con papafritas, sin dudas lo correcto sería que te ames. Cuando estés hablando con un flaco que te caliente, y esté todo bien, hasta que en el momento de pasarse fotos él te diga: “disculpame, me caes re bien pero busco gente más flaca”, levantá la cabeza estoicamente y en lugar de mandarlo a la puta que lo parió, amate.

Si considerás que los gordos tienen que amarse a si mismos en medio del infierno, si creés que la culpa es de ellos por no “esforzarse lo suficiente” -acá también se cuela la maldita meritocracia -, si considerás que son exagerados, entonces estás aportando a un discurso estigmatizante y discriminador. 


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