El sicario
Dejé
a la puta en el departamento, con un billete de cincuenta en la mesa de luz.
La
calle estaba vacía.
Amo
esta ciudad en invierno, cuando no está llena de malditos turistas.
Fui
hasta lo de Juanito a comprar el diario. Tengo costumbres de viejo choto aunque
no paso los treinta. Pedí el Clarín. El tipo es un enano que atiende arriba de
un banquito. Me causa gracia. Siempre le tiro algún chiste pelotudo antes de
revisar si le llegaron libros nuevos. Ese día estaban las mismas mierdas de
siempre.
-
Hace como un mes tenés esta pila de basura. Novelas romanticonas y ediciones de
tapa blanda. Seguí así y voy a terminar comprándole el diario a la vieja que
tiene olor a rosas.
-
No te animarías. Odias a las minas. Y más a las viejas.
Repasé
los títulos en la cuadra y media que tengo hasta el bar. Mucha gente muerta.
Todo el tiempo se está muriendo alguien y uno acá lo más tranquilo.
El
lugar es deprimente. Las paredes son marrones y la gente que atiende usa ropa
gris. Perfecto.
-
Un café con dos medialunas saladas
-
¿Solo?
-
Sí, solo.
Que
mina pelotuda, pensé, siempre las mismas preguntas.
Estiré
el diario arriba de la mesa. Lo hago como un hábito. Casi nunca me detengo a
leer ninguna nota, salvo que me encuentre con alguna situación morbosa en la
sección de policiales. Como no había cuerpos destripados ni ninguna novedad
sobre la que tuviera que preocuparme, cerré todo y dejé el diario en la silla
vacía. La del acompañante invisible.
Ahí
es donde miré a la moza con cara de culo. La muy yegua me trajo el desayuno a
la media hora.
La
televisión estaba apagada y además de mi había un viejo que eructaba cada dos
minutos. El tiempo pasó rápido. Cuando me di cuenta tenía la taza sin café y el
plato lleno de migas.
-
Quedate con el cambio
Salí
corriendo.
El
departamento tenía que estar vacío y yo no tenia nada para hacer el resto del
día. Iba a usar mi tiempo buscando al pelotudo ese. Ferguson se había borrado
del mapa. El muy forro dejó al pibe amordazado en la puerta de mi casa y se las
tomó.
Cuando
llegué, la puta todavía estaba durmiendo. El departamento era un quilombo. Ropa
desparramada por todos lados. Un cenicero cubierto de puchos. Olor a mierda con
desodorante de ambiente. Una mancha de cerveza en el piso, justo debajo de la
mesa. Lo de siempre.
La
puta no era una minita sino un flaco que había conocido por Grindr. No sé si se
llamaba Santiago o Julián. ¡A quién le importa! Yo estaba caliente así que me
puse en bolas y me empecé a tocar. Agarré un forro del cajón y lo cogí sin que
se despertara.
Se
despertó cuando acabé.
-
Te hacías el dormido
Me
acercó la cara para que le comiera la boca pero lo alejé.
-
Nada de besos. Agarrá la guita y andate.
-
Quedate con tu plata, no soy una cualquiera.
-
No me importa quien sos.
-
¿Por lo menos me vas a decir como te llamás?
-
¿Para qué querés saber?
-
Para volver a verte.
-
No soy de repetir.
-
Bueno, entonces para saber a quien le entregué el orto. Decime tu nombre y no
jodo más.
-
Dionisio
-
No me tomes el pelo.
-
Para vos me llamo así.
-
No soy una cosa.
-
Para mí lo sos.
-
¡Quiero saber tu nombre!
-
Y yo quiero que te vayas de mi casa.
Lo
agarré de los pelos e hice que me la chupara. Lo hacía muy bien. Cuando acabé
de nuevo le di una palmada y me prendí un cigarrillo.
-
Ahora sí. Rajá de acá.
Le
escribí porque el estrés me estaba matando. Ferguson no me contestaba los
mensajes y yo tenía que relajarme con algo. Coger me relaja. Cayó con lentes de
sol y al minuto me estaba pidiendo sexo en el ascensor. Después seguimos en mi
cama y un rato más en el baño. Yo había tomado mucho así que me dormí. Cuando
estoy sobrio les pido un coche. No me copa que se queden.
Tenía
buen culo pero era muy estúpido. Seré un desocupado, mantenido por mis viejos,
pero no soy ningún gil. No me engancho con flacos estúpidos. Su estética era la
de cualquier otro fulano: gorrita para atrás, shorcito floreado y musculosa.
Podría ser uno de los tantos pibes con los que cogí el último año. Ahora son
todos iguales.
Cuando
se fue me tiré en el sillón de mimbre y dejé que las cenizas cayeran al suelo.
Las persianas estaban cerradas y no corría aire. Me cagué de calor pero
prefería eso antes que el ruido de la calle. Los autos tocando bocina y los
pendejos llorando me ponen muy nervioso.
Había
dejado la remera con sangre tirada en una esquina. Cuando terminé de fumar la
metí en el tacho de la basura.
El
teléfono sonó una, dos, quince veces. Creí que era mi vieja y no respondí.
Llamada perdida. Número Privado.
Volvió
a sonar. Como no era mi vieja rompiéndome las bolas para que buscara laburo,
atendí.
-
¿Quién habla?
-
…
-
¿Quién habla dije?
-
Sabés quien soy.
-
No tengo idea.
-
Te hacés el boludo para romperme las bolas. Sabés quien soy.
-
¿Ferguson?
-
Soy otro.
-
Conozco a muchos Otros. ¿Podrías ser más específico?
-
Dionisio.
La
llamada se cortó de golpe. El pendejo se había quedado caliente. Que vaya a
molestar a otro, pensé.
Me
causó gracia no acordarme de la cara. No soy bueno para esas cosas. Ni siquiera
se la miré.
Tomé
lo que quedaba de cerveza y tiré la botella vacía sobre una pila de ropa. El
dolor de cabeza me ayudó para olvidarme de la puta. A esas las olvido rápido.
No
pasaron ni diez minutos hasta que pasaron un papel por abajo de la puerta. Abrí
rápido pero no había nadie.
No te encargaste,
decía la nota.
Era
Ferguson, sin duda. Tenía que volver al lugar.
Me
tomé un taxi y le di la dirección exacta. Era una esquina oscura cerca de la
casa de mis viejos.
Había
tirado el cuerpo envuelto en una sábana, adentro de una construcción
abandonada. En realidad, eran dos pilares de cemento y un techo a medio hacer.
Lo tapé con unas hojas y me fui a la mierda.
-
Es acá.
No
estaba. Ni el pibe, ni la sangre seca. Lo único que encontré fueron un par de
zapatillas tiradas en un canasto de madera. Eran parecidas a las que tenía el
flaquito esa noche pero estas tenían manchas de tierra.
Cuando
volví, la calle también estaba vacía.
-
Tardaste mucho.
Él
estaba apoyado contra la pared, cruzado de brazos, descalzo y con la misma
musculosa. Tenía el pelo revuelto y el primer aliento de la mañana.
-
¿Qué haces acá de nuevo?
-
¿No te das cuenta?
Yo
estaba parado en la puerta queriendo entender la situación.
-
¿Te arrepentiste de no agarrar los cincuenta mangos? Están adonde los dejé.
-
Guardátelos. Vine por otra cosa. El viernes a la noche estuve en tu casa. Esa
vez no cogimos. Tenía una mordaza en la boca. ¿Te vas acordando?
El
pibe agarró un cigarrillo de una caja que estaba arriba de la mesa y se puso a
fumar en la ventana.
-
Si no fuera porque quisiste matarme hubiera sido excitante. Dejé pasar unos días
hasta que me sintiera mejor y tuve que volver a buscar algo de información.
-
Le debía un favor. El tipo trabaja para gente pesada y me tienen agarrado de
las pelotas.
-
No es mi problema.
-
Con las puñaladas que te di deberías estar muerto.
Nos
quedamos callados mirándonos las caras. La ciudad estaba muda. No tanto como
yo, pero lo estaba.
-
¿Para qué querías saber mi nombre?
-
Ya te dije. Me gusta conocer los nombres de los tipos con los cojo.
Se
me acercó y apagó el cigarrillo en la pared.
Esta
vez dejé que me besara.
Lo
último que recuerdo es que la puta se fue sacudiendo el culo, y los cincuenta
pesos.
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