El amante sufrido

      

¿Cuánto tiempo tarda una persona en darse cuenta de que su vida no tiene sentido? ¿En qué momento uno se mira al espejo, apunta directo a los ojos que lo espían detrás del vidrio, y se dice que ya no hay vuelta atrás? Fabio estaba cansado de recibir una y otra vez los mismos golpes.  El problema era que el espejo ya no le daba pelota. Se había cansado de escucharse a si mismo quejándose siempre por los mismos errores, dar vueltas en las mismas situaciones con el mismo desarrollo y el mismo final. Nada nuevo en el horizonte. 
Repasemos: Santiago lo dejó para volver con su ex; Martín lo sentó en el living de su casa, le cebó unos mates, y le pidió que se fuera porque se había hartado de verle la cara; Marcelo se dio cuenta, al año de conocerlo, que no podía mantener una relación seria con un pibe diez años más chico; Juan Pablo lo agarró en el patio de su casa, después de una cena con sus padres, y le pidió que no se ilusionara porque sólo lo veía como a un garche esporádico - una especie de agujero fantasmagórico al que se le inserta una pija cuando el amor brilla por su ausencia-, él le respondió que ya era tarde y salió marchando rápido hasta una parada de colectivo en medio de la ruta; Patricio lo hizo cornudo un par de meses, al menos hasta donde se había enterado, le regaló un peluche el día de su aniversario, y a las horas lo dejó para ponerse de novio con el que hasta hace poco había sido su amante.  Fabio les rogó, les lloró, les imploró que le dieran una oportunidad, al menos que volvieran a intentarlo, pero fue al pedo.  
No creía ser tan hijo de puta como para que los tipos lo trataran de esa manera. Aunque reconocía que podía llegar a ser demasiado intenso, que tal vez los hombres se sentían asfixiados por sus gestos ampulosos, por sus cartas de amor, por su exceso de cariño irracional.  Nada que un Don Juan postmoderno no este dispuesto a hacer para enamorar a su objeto de deseo. 
-Ni se te ocurra escribirle. No seas pelotudo.  
-Quedate tranquila, no le voy a hablar.   
-Siempre decís lo mismo. Sos un tarado cuando te enamorás.   
-No lo amo. El pibe fue una calentura del momento. 
-En un par de días lo vas a bombardear a mensajes y el flaco no te va a dar pelota.   
-No va a pasar. 
-No te creo 
-Ni siquiera estoy pensando en él.   
-Hacés mal. Tendrías que pensar para no mandarte las mismas cagadas.  
Estaban sentados a orillas del mar. La foto del agua espumosa rompiendo contra las piedras de la escollera lo tenía podrido. Sabía que su amiga no lo abandonaría, que lo cagaría a pedos hasta el final de la historia y que sólo ella trataría de levantarlo si terminaba desparramado en el suelo y rodeado por un charco de sangre.  
El lugar, salvo por sus figuras perdidas en la arena, estaba desierto. Cayó la noche y la ciudad se volvió exageradamente fría. La tristeza del otoño, fundiéndose con el mar grisáceo, combinaba perfectamente con su estado de ánimo.   
- ¿Por qué mierda será que siempre eligen a otro? Sé que no soy el tipo más lindo del mundo, ni el más sensual. Pero aunque sea por lástima...  
-Dejalos respirar.  
-No me rompas las bolas. No estás acá para ponerte del lado de los forros. Te llamé para que me digas que todo va a estar bien, que es culpa de ellos y que pronto voy a conocer a uno como la gente.  
-Siempre te digo lo mismo y no estaría funcionando.  
-Entonces...  
-Entonces nada. Quedate solo. La soledad no es tan cruel como todos los pibes que vas amontonando en tu historial de relaciones fallidas. No digo "mejor sólo que mal acompañado" porque sabés que los refranes me dan asco, pero sí algo por el estilo.   
-Odio la soledad.  
- ¿Quién no? Pero no te queda alternativa.     
-No sé si puedo aguantar otro golpe. Estoy seguro de que en un par de meses se va a pasar. Me voy a hacer otro perfil en una de esas páginas del orto, voy a arreglar una cita con un pibe, nos vamos a enganchar y a él se le va a pasar antes que a mí. En ese momento, justo en ese momento y ni un segundo antes, voy a salir corriendo.   
-Es muy arriesgado. No estás hecho para escapar de las situaciones de las que no querés escapar.  
-Nadie lo está.  
-Vos menos que nadie. Sos demasiado enamoradizo.   
- ¿No te tiene podrida el mar?  
-El mar no tiene la culpa de tus muertos.  
- ¿Y quién las tiene?  
Flavio estiró el brazo para alcanzarle el termo con café. Se sacó las alpargatas y las revoleó para un costado. La miró, esbozó una sonrisa, se paró ayudándose con ambos brazos, y se quedó unos minutos mirando la luna redonda que lo alumbraba desde lo más alto del cielo nocturno.   
Ahí se dio cuenta de que las heridas no cicatrizarían. Estaba roto por dentro, completamente agujereado, las balas entraban por todos los rincones y no tenía forma de atajarlas.  
-Ya va aparecer un hombre que encaje a la perfección con lo que estás buscando.  
-Vos decís eso porque estás casada. Odio a la gente feliz que da concejos de autoayuda.  
-Que esté casada no significa que sea feliz.  
-Sabés a lo que me refiero. ¿Qué podés saber de desilusiones amorosas si tenés una familia formada y nadie que te tome el pelo?  
-...  
-La noche está muy callada. Hasta el mar parece tranquilo. Es como si no les importara nada... Me indigna que no les importe.  
Ella quiso contestarle, pero no le salieron las palabras. Flavio volvió a sonreír, esta vez con una mueca mucho más sincera que la anterior.  Se rió, sin bajar la cabeza. Avanzó a paso firme. Ella no intentó detenerlo. Él supo que permanecería en el lugar, sin hacer nada más que observar cómo se hundía en las aguas colmadas de melancolía. 








Comentarios

Entradas populares de este blog

El monopolio del amor romántico

Vivir con VIH | ¿Cuándo lo tengo que contar?

La gordofobia como discurso hegemónico