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Mostrando entradas de enero, 2018

La deconstrucción de los cuerpos

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  Las luces me cegaron y perdí la consciencia. El golpe fue fuerte. Cuando volví a la realidad, mis piernas estaban a un costado de la ruta, sacudiéndose como si esperaran volver al cuerpo del que las habían arrancado. Mis brazos pendían de la rama de un árbol y se hamacaban como bufandas recostadas sobre un perchero. La pija atravesó el parabrisas delantero, se asomaba juguetona, abanicándose de un lado a otro, atravesada por un montón de vidrios. Mi boca, que permanecía junto al resto de la cara, hubiera gritado de tener la posibilidad. Mi cabeza había sido cortada prolijamente por un trozo de metal, dejando la parte del rostro tirado en el cemento oscuro, con los labios separados y los ojos abiertos como si miraran contemplativos el cielo estrellado. El torso fue lo único que se mantuvo en el auto, apoyado en el asiento del acompañante. Ya no era el mismo. El vehículo estaba destrozado, la parte trasera se veía como una lata de gaseosa después de ser aplastada y antes de qu

Violación

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Art: Moises Pellerano    Era de noche. Santiago caminaba por una calle oscura. Recien salia del trabajo. Aceleraba el paso porque no le daba gustaba recorrer lugares turbios que a simple vista estaban deshabitados.  Hubiera querido tomarse un taxi pero estaba a fin de mes y no le quedaba otro remedio más que caminar.  El uniforme era un cartel luminoso para que la gente creyera que tenia plata.   Dobló en una esquina. Su casa quedaba a pocas cuadras. Las últimas tres fueron las más oscuras.  De atrás de un árbol frondoso se le apareció un tipo vestido de negro. Tomó coraje, agachó la cabeza y siguió caminando. Respiró profundo pero al pasarle por al lado el hombre no lo registro. Unos metros más adelante sintió que una mano le apretaba el orto. Al girar la cabeza lo vió parado detrás suyo, con la boca cerca de su oído y mirándolo con lascivia. Te venís conmigo, le dijo. Quiso reaccionar, pegarle o salir corriendo, pero lo agarró  del cuello y lo tiró al suelo, a la entrada de un

Bajo el agua

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  Ella tenía las muñecas encadenadas y un trapo atado en la boca. Bruneti la miraba desde el otro lado del vidrio, con los ojos rojos y refregándose las manos con una extraña mueca en el rostro. Al principio, cuando lo obligó a entrar en aquella caja de vidrio, pensó que era sólo un juego. Se le acercó, le puso la mano en el hombro y con esa media sonrisa entre macabra y triste le pidió que lo acompañara. Le tuvo lástima -siempre le había tenido lástima y era una emoción que la llevaba a hacer cosas que en condiciones normales no aceptaría hacer-. Le pidió de nuevo que la sacara de allí. Bruneti se dio media vuelta, la ignoró y caminó hasta la puerta oscura que se veía como un arco bañado de sombras. El agua casi le tocaba los labios. Sabía que el tipo estaba parado en medio de la nada, mirándola desde su rincón, apoyado en la pared y gozando con su sufrimiento. Ella se retorcía como un gusano. Escuchó una risa. Tenia los brazos entumecidos y la vista cansada. Lo único que recordab

Castigo sexual

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  El tipo era grandote, de esos cuerpos marcados que cubren el sol cuando se paran frente a la ventana. Me agarraba de la nuca y me la metía hasta la garganta. Yo estaba en éxtasis, sin prestar atención a lo que pasaba alrededor. Por eso no me di cuenta cuando sacó la foto, ni cuando siguió usando el celular para mandar mensajes, ni siquiera cuando dibujó una sonrisa burlona en su cara de chico malo. Yo me mantuve en la mía, comiéndosela a más no poder, aprovechando los pocos minutos de libertad que me habían concedido. Estuve en ese plan un buen rato, saboreando cada pedazo de su carne. Luego le pedí que me cogiera pero me respondió que no sea ansioso. Ahí el pibe me agarró de los pelos, me hizo apoyar las manos sobre la cama y empezó a chuparme el orto. Su lengua se movía cómo la lengua de un experto, abriendo todo lo que encontraba a su paso. Gemía, sin discreción. Yo me sacudía tratando de acercarlo más. En ese instante, justo cuando sólo podía pensar en las ganas de que me p

Masoquismo sentimental

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Leonel tenía esa sonrisa torcida que tiene la gente cuando ya no aguanta un segundo más. Estaba en el mismo lugar que siempre, en la misma maldita burbuja de masoquismo sentimental. Su vida giraba en círculos y lo mantenía preso de un juego en el que nunca hubiera querido participar si se lo habrían preguntado. No supo si partirle una silla por la cabeza, largarse a llorar o salir corriendo. Lo ponían histérico las situaciones confusas, y últimamente su vida era un ejército fascista de situaciones confusas que lo torturaban sin piedad. Hernán le seguía hablando como si nada aunque él había dejado de escucharlo el día en que todo se fue a la mierda. Y es muy difícil reconocer a lo lejos cuál es el día exacto en el que todo se fue a la mierda. Pudo haber sido cuando le habló de ese pibe que se chapó en el bar, o cuando le dijo que no quería besarlo porque no le gustaban las demostraciones en público. En cierta forma ya se había acostumbrado a los soretes, pero cada pibe que le rompía