Masoquismo sentimental

Leonel tenía esa sonrisa torcida que tiene la gente cuando ya no aguanta un segundo más. Estaba en el mismo lugar que siempre, en la misma maldita burbuja de masoquismo sentimental. Su vida giraba en círculos y lo mantenía preso de un juego en el que nunca hubiera querido participar si se lo habrían preguntado. No supo si partirle una silla por la cabeza, largarse a llorar o salir corriendo. Lo ponían histérico las situaciones confusas, y últimamente su vida era un ejército fascista de situaciones confusas que lo torturaban sin piedad. Hernán le seguía hablando como si nada aunque él había dejado de escucharlo el día en que todo se fue a la mierda. Y es muy difícil reconocer a lo lejos cuál es el día exacto en el que todo se fue a la mierda. Pudo haber sido cuando le habló de ese pibe que se chapó en el bar, o cuando le dijo que no quería besarlo porque no le gustaban las demostraciones en público. En cierta forma ya se había acostumbrado a los soretes, pero cada pibe que le rompía el corazón se las arreglaba para superar al anterior. Al menos eran originales. Cuando no lo estaban usando como un cacho de carne en oferta, lo ponían en un lugar donde no se sentía cómodo, o sencillamente lo ignoraban. Estaba cansado. Se sentaron frente a frente, guardando una distancia prudencial. Hernán lo miraba sin mostrar un centímetro de culpa, contándole sus experiencias amorosas, pidiéndole consejos como si fuera un amigo de toda la vida, y Leonel sólo quería comerle la boca o deformarle la cara a trompadas. Cualquiera de las dos hubiera estado bien. Pero no hizo nada, sólo se quedó allí, resistiendo las ganas de llorar y desatando con paciencia el nudo que se le había atorado en la garganta. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El monopolio del amor romántico

Vivir con VIH | ¿Cuándo lo tengo que contar?

La gordofobia como discurso hegemónico