Dejame bajar




Me fui de su casa con la sensación de que todo se había ido a la mierda. Estuve a punto de mandarle un mensaje pidiéndole perdón pero los cinco gramos de dignidad que quedaban en pié me lo impidieron.
La madrugada en la ciudad era cruel, ya no quedaba nadie en la calle y todo se veía más oscuro. Tenía unas treinta cuadras hasta mi casa. Tomé aire, junté coraje y paré un taxi que justo pasaba por ahí.  Hola, le dije al tipo que manejaba y él movió la cabeza como si me estuviera devolviendo el saludo. Por dentro le agradecí que no me sacara charla, no me sentía cómodo remando conversaciones con personas que recién conocía y a las que probablemente no volvería a ver nunca más en la vida.  Además estaba roto y a la gente rota no le gusta conversar.
Era un hombre que no llegaba a los cuarenta, pelado y con una mirada perturbadora. Yo estaba tirado sobre el respaldo del asiento, con las piernas abiertas y los brazos a un costado, como si el golpe que me había dado Gastón recién estuviera surtiendo efecto. Lo agarré espiando por el espejo retrovisor. Traté de distraerme sacándole fotos a la ciudad con el auto en movimiento. La estación de trenes parecía abandonada, los árboles pelados y el otoño maduro hacían que todo se viera mucho más triste.
Me quedé dormido por unos momentos. Cuando desperté el taxi no se movía. Había doblado en la esquina de la plaza y frenado a mitad de cuadra. Le pregunté qué pasaba pero no me dijo nada. Mi reacción fue tratar de abrir la puerta. La empujé y empecé a darle patadas. El tipo las había trabado.
Arrancá o dejame bajar hijo de puta.
Se lo grité dos veces para que le quede claro, pero él seguía duro en su asiento, mirándome por el espejo.
Lejos de parar, se había bajado el cierre y tenía la pija afuera. Lo único que pude hacer fue largarme a llorar como un nene al que ponen en penitencia. Me agarró de los pelos y me pidió que me siente al lado suyo.
Te doy guita pero no me hagas nada flaco. Dejame bajar.
Me dio miedo la forma en la que sonrió. Cuando me tuvo al lado, se estiró hasta la guantera y sacó el arma que guardaba bajo una torre de papeles.
Te vas a portar bien y vas a hacer lo que yo te pida.
Su voz de fumador y la forma en la que miraba desde arriba, mientras sacudía la pija y me apuntaba con el arma, no me dieron lugar a hacerme el rebelde.
Se la chupé con los ojos vidriosos. Lo imaginé planificando el ataque desde que me subí en la casa de Gastón. Haciéndose el boludo para comerme con la vista. Buscando un lugar oscuro para estacionar y cogerme sin que nadie se diera cuenta. El taxista empujaba mi cabeza de tal forma que su verga me llegaba hasta la garganta y me daba arcadas.
Se reía y me daba palmadas en la nuca. Traté de apurarme para que acabe rápido pero no me funcionó.
Además de traumático fue incómodo. Un rato después yo estaba arrodillado en el asiento del acompañante y el flaco me chupaba el orto. Tenía el arma apoyada en la espalda. El metal frío me besaba la piel y su boca espinosa me arañaba el culo de arriba abajo. Yo había cerrado los ojos. No quería cruzar la mirada con algún fulano que pasara por ahí de casualidad.
Sentante acá
Me dijo, sin dejar de apuntarme y golpeándose la entrepierna. Me tapaba la boca para que no grite. No tuvo mucho cuidado y la enterró hasta el fondo. Con la mano que le quedaba libre me apretaba la cintura y hundía sus dedos huesudos en mi carne.
El forro me acabó adentro. Cuando me di cuenta lo empecé a putear pero él paró la pelea dándome una trompada en la boca.
La ropa la dejás en el auto. El teléfono también.
Me temblaban las manos.
Tomátelas.
Estaba solo en medio de la nada y todavía me quedaban varias cuadras para llegar hasta mi casa.




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