Orgullo LGBT: un grito de libertad

   
Corre el siglo XXI. Hace treinta años creíamos que para estas alturas de la historia los autos podrían volar y viviríamos en casas flotantes, al mejor estilo Supersónicos, que conviviríamos con seres de otros planetas y que habríamos colonizado Marte o la luna, en el peor de los casos. Sin embargo, acá estamos, rogando por que una oleada de energúmenos nacionalistas no se transforme en un tsunami de odio.

Me permitiré generalizar en femenino, porque me duele que se represente al todo desde la simbología de lo masculino.



El macho hegemónico nos odia. A algunas que tienen el tupé de alzar la voz quizás las odie un poco más, pero al final del día él se cree un ser superior. Por más que se oculte detrás una sonrisa armada a la fuerza, o que intente camuflarse en el discurso de un hetero progre, en el fondo nos odia. Claro está que hay casos aislados, hombres empáticos que aceptan lo distinto, pero no es a ellos a quienes están dirigidas estas palabras. Si ellos, los empáticos, se ofenden, les pido disculpas. Al resto, a los pakis, no me importa ofenderlos.

La sensación de vivir en el closet es horrible. Tenés que fingir ser lo que no sos porque no soportás tener que lidiar con tanto rechazo. Nos da pánico que nos echen de nuestras casas, que las personas que se suponen tienen que cuidarnos desde chicas un día decidan que les damos asco y nos peguen una patada en el culo, sólo por ser distintas. Porque ese es el único crimen que cometimos: no ser lo que la norma espera de nosotras. Somos distintas, y por eso tenemos que cerrar la puerta del placar, callarnos la boca, y aguantar la parada hasta que seamos lo suficientemente grandes como para no temer que nos condenen al ostracismo.

Pero el closet no es nuestro único problema. Nos acosan. Nos persiguen. Nos dicen que tenemos que morir. Si, ya de tan chiquitas escuchamos que somos anormales, que dios nos odia -no me sorprende que a dios se lo muestre como una figura masculina -, que vamos a ir al infierno, que somos antinaturales. De grande el discurso se mantiene. Y como si no fuera suficiente tener que lidiar con un ejército de orangutanes con un precario desarrollo mental, también tenemos que soportar el agravio de nuestra propia voz interior. "Nadie te quiere" "sos rara". Es su culpa. Hicieron que nos odiáramos. Que sintamos vergüenza al mirarnos al espejo, cuando usamos la ropa que nos hace sentir cómodas pero que no encaja con lo que la norma considera adecuado. Que no podamos andar con nuestras parejas de la mano. Hicieron que nos de vergüenza el amor, el sexo, el placer, el goce en todas sus formas.

Vamos caminando por la calle y giramos la cabeza a un lado y al otro, temerosas de que un descerebrado nos cague a trompadas. En el mejor de los casos, se va a acercar a los gritos, rezando un rosario de insultos que nos pondrá los pelos de punta. Putito de mierda te vamos a matar. Salí de acá maricón. Morite puto. Para poder ser diversas y caminar en paz es necesario encajar con las exigencias de lo masculino. Bien discreta, nada de plumas, que no se note, nada de mariconadas, ni en pedo te doy la mano, no me va eso de besar en público ¿Es necesario que se te note tanto? En fin, para que no nos maten es necesario ser como ellos.

No me pidan que abrace al enemigo, al que me quiere muerta, al que se creó un infierno sólo para matar a la que no cumpla con sus reglas. Me gustaría que bastara con sentarse a dialogar ¿Pero con quién se supone que dialogaríamos? ¿Con una pared? ¿Con un cerebro homofóbico que se niega a reconocer nuestra existencia? Es imposible dialogar con una burbuja llena de intolerancia.

No somos diversas porque nos guste, o porque lo hayamos elegido, no somos diversas porque nos de placer que nos rechacen o porque hayamos nacido obsesionadas por contrariar la norma. Somos diversas porque sí, porque esa es nuestra identidad. Y pedimos una cosa, tan simple como difícil de conseguir, incluso el día de hoy, en pleno siglo XXI: que nos dejen vivir en paz.

Sería hermoso si pudiéramos curar la homofobia y el machismo con abrazos y frases baratas sacadas de un dos corazones, pero dudo que hagan efecto en personas que nos quieren ver muertas. Suena crudo, si, pero es la verdad. Porque no nos quieren encerrar en cuevas, tampoco quieren llevarnos a una isla para que vivamos en una especie de dimensión paralela. Sencillamente nos quieren muertas. Nos anulan como bisexuales. Nos anulan como trans. Nos anulan como lesbianas. Nos anulan como putos. Nos anulan como intersexuales. Nos anulan como asexuales. Nos anulan. Quieren que nos borremos del mapa, que seamos humo en el viento.

Llegamos al futuro. No logramos vivir en casas flotantes, ni en comunidades hermanadas donde la guerra sólo existe en los libros de historia. Seguimos pidiendo que no nos maten, luchando contra un grupo de machos alfa que se creen dueños del mundo, y que piensan que dándose golpes en el pecho pueden hacerse escuchar. Lejos de lo que creíamos, el tiempo viaja en dirección contraria.





Comentarios

  1. Si, mal, justo en estos últimos dos días, finalmente me dio por ver el cuento de la criada, y a pesar de parecer surreal en una primera instancia, puede plasmar en imágenes, en unos pocos capítulos, toda la crueldad del ser humano, la tortura, el desprecio, la violencia, el asesinato, la violación, el secuestro, la esclavitud, la trata, o sea, el abanico completo de la mierda humana. Basado en la INTOLERANCIA , esa palabrita de mierda,como no te tolero, trato de hacerte desaparecer . Hay que hablar. No callarse.

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  2. Nos debes a nosotres, tu público lector, tu autocritica consecuencia del bloqueo a tu cuenta de twitter.

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  3. Los que tienen que hacer una critica son aquellos que sienten la necesidad de leer algo que no disfrutan leer. Está la opción de silenciar sin ser tan yuta.

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