Carta a un señor meritócrata

Probablemente no te interese quien soy, o estés ocupado abriendo cuentas en paraísos fiscales. Lo cierto es que necesitaba escribirte porque tengo algunas dudas. Ocurre que muchas de las cosas que tomamos como verdades absolutas no son más que una construcción semántica cuyo objetivo radica en volvernos estúpidos. Resulta que nosotros, los que no hicimos ningún mérito, somos engranajes de una máquina globalizada. Las cadenas que nos esclavizan llegan más allá de las fronteras, recorren países a los que jamás vamos a viajar - en donde seguramente estés fugando guita - y llegan al corazón del sistema. Sí, entiendo que hablar de esclavitud es un tanto polémico. Nadie quiere ir por la vida sintiéndose un esclavo. Es más fácil hacerse el boludo, tirarse en el sillón a mirar Netflix y dejar que el tiempo pase, hasta que llegue el momento de jubilarnos y la vejez nos encuentre con un pedo atómico por culpa del cual no nos acordamos ni de cómo nos llamamos. Nos consumimos en la incertidumbre, agotados de ver videos en Youtube donde un Raúl, con aspiraciones de meritócrata, tira el tarot y nos explica que lo mejor que podemos hacer es renunciar.

Yo llegué hasta acá porque me lo merezco” A nadie le importa tu felicidad Josecito, además a eso que vos llamás mérito, nosotros le decimos privilegios. En el mundo real, donde papi no nos deja herencias inmensas después de morir, no somos más que un montón de Davides luchando contra un invencible Goliat. A diferencia de la historia original, acá Goliat nos pisa la cabeza y nos convierte en sus mascotas.

Lo que la nosotros los mortales hacemos para no volvernos locos -o a pesar de volvernos locos - es buscar distracciones en nuestro tiempo libre y calmar la agonía en la que vivimos. No nos queda energía para tu mérito. Nuestra rutina está plagada de distracciones. Somos distracciones con patas. No queremos sentarnos a pensar en que tenemos que pagar los impuestos, el alquiler, las deudas, en que nuestro jefe es un explotador, en que de chiquitos queríamos ser bailarines y no ratones de oficinas, en que la existencia nos parece mediocre. Necesitamos ruido, alcohol, comida, vicio, puchos, porro, sexo, merca, chongos, viajes, lo que sea, algo que nos haga sentir vivos. 

Terminamos de laburar a las seis. Se nos abre el pecho, de pronto podemos respirar y toda esa carga negativa que estaba atorada en nuestros pulmones se va, al menos hasta el otro día. Fichar a la salida es volver a nacer. Uno siente que las ocho o nueve horas anteriores fueron de relleno. No estoy queriendo decir con esto que trabajar nos acorta la vida. Sin dudas trabajar nos acorta la vida, pero no es exactamente lo que quise decir. Mi punto es que estamos entregando nuestro tiempo a cambio de que nos aseguren que no vamos a morir de hambre. Si vos generamos plata para que vos puedas tener tres casas y una familia paralela en Villa Culo, te comprometes a que no nos hundamos en la mierda. Parecería que estamos firmando un trato poco justo. No lo sé, quizás, no estoy acá para encontrar respuestas sino para formular un millón de preguntas.

Vos sos de los que dice que si lográs trabajar de lo que te gusta entonces no tenés que trabajar un solo día. Que bueno, no se me había ocurrido, gracias por la ayuda, no sé que habríamos hecho sin vos. Primero, hay gente que no tiene la menor idea de qué es lo que le gusta. Los pelotudos, los desorientados, los que sabemos hacer cuarenta cosas a la vez, los que no sabemos hacer un carajo; estamos los que tenemos una habilidad que no es considerada por el sistema como algo productivo y fuimos condenados a decidir entre morirnos de hambre haciendo lo que amamos o alimentarnos en una existencia moribunda y gris. También estamos los que no nos animamos, porque desde la niñez se nos repitió un discurso en donde lo único que importa es el dinero, el esfuerzo, romperse el lomo, merecer, merecer, merecer.

Cualquiera hace méritos con el sudor de un pobre infeliz. Discúlpeme mi reverente señor meritócrata, lo que ocurre es que me habita un deseo irrefrenable por subsistir.


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