Macho discreto: la naturaleza de un animal salvaje



En Grindr es fácil encontrarse con fulanos cuyos rostros permanecen refugiados detrás de una silueta. Esto de por sí no sería un problema ya que son muchas las razones que pueden empujar a alguien al anonimato. Lo que ocurre es que debajo de la silueta el Homo Discretus nos explica cuáles son los lineamientos de su búsqueda: “garche masculino para hacer cosas de varones”. Y es aquí donde nos arrancamos los ojos y los metemos dentro del plato de sopa. Cuesta entender a qué se refiere este pequeño animalito salvaje cuando habla de cosas de varones. Pero no está solo. En ese universo de vínculos diversos es común encontrar personas que se describen a si mismas como machos discretos.

Fingir que somos masculinidades castradoras es fingir que somos nuestros propios enemigos. El macho es por naturaleza un animal homofóbico. 

Cada uno sale del clóset cuando su realidad se lo permite. Si algunos deciden quedarse en el clóset es por mera supervivencia. Saben que no van a poder cumplir con los designios del heteropatriarcado, entonces deciden aparentar y vivir la vida cubiertos por un disfraz. A veces esta negación no sólo intenta ocultar la orientación sexual sino que  es llevada a un extremo, desarrollando una personalidad que logra conformar al opresor. Esta lucha entre el "ser" y el "deber ser" marca a fuego nuestro despertar sexual. Crecemos escuchando una lista de prohibiciones, porque los hombres tenemos que ser machos y no podemos alejarnos un centímetro de la masculinidad tóxica. 

El camino de la libertad es arduo. No llegamos a conocernos hasta que logramos romper con las cadenas que nos mantenían encerrados. Nos quitamos el disfraz y dejamos salir a la marica. Ella sufrió muchos años la condena del silencio, obligada a ocultar sus pasiones más profundas, sin poder contarle a sus amigos sobre el chico que le gustaba y sin poder usar la ropa que hubiera querido usar. Salir del closet es volver a nacer.

Muchos recordamos lo que éramos antes de ese momento trascendental y sentimos que no somos nosotros, ni siquiera es un pariente cercano. A ese tipo no lo conocemos.

Y no todos tenemos la fortaleza para romper las cadenas. Algunos quedan atrapados, otros las rompen por la mitad, y asoman la cabeza pero dejan los pies del lado de adentro. Por las dudas. Quieren evitar la vergüenza. O que los caguen a trompadas. Y dentro de ese grupo de compañeras es que aparece nuestro compañero el Homo Discretus, un puto que se disfraza de homofóbico y que reniega de si mismo. Tiene miedo. No quiere que lo lastimen y para lograr tal hazaña se cubre de un ropaje que lo vuelve “presentable” ante la sociedad heteronormativa, una versión multicolor del síndrome de Estocolmo.

El puto por la mitad busca hombres masculinos. Considera que todo lo femenino es inferior. Ellos son hombres de verdad, dicen, no como los afeminados. Mirame papá, acá estoy, quiero que me aceptes, mirame, soy masculino, no chupo pijas ni dejo que me toquen el culo, mirame, mirame. Incluso se perciben como activos solo porque sienten que de esa forma la hombría continúa fluyendo en sus venas. El pasivo, en sus mentes, debe someterse a su control y no está a la altura de su pretendida superioridad moral.

El homosexual que quiere ocultar que es ‘marica’, o de quien se sabe que lo es pero se empeña en dar muestras de su normalidad, se reirá con quienes gastan bromas dudosas o groseras sobre los ‘maricones’, con la ilusión de que se le dispense de la afrenta si la pronuncia él mismo o si se ríe al respecto con quienes la profieren, o bien de que le verán distinto de aquellos de quienes uno puede reírse (…) Al reírse de los demás homosexuales, un homosexual se ríe de sí mismo.” (Eribon, Didier. “Reflexiones sobre la cuestión gay”. Anagrama. Pág. 98)

Cada uno experimenta su sexualidad como le place y sale del clóset cuando quiere o puede hacerlo. Es una decisión que exige mucho valor. Si un puto quiere vivir eternamente oculto en el ropaje de heterosexual, es su decisión. Pero a la marica que ya logró atravesar ese proceso tan duro, a la que se mira al espejo y jura no volver a ese lugar de falsedades con olor a naftalina, a la que llora cuando quiere y viste de plumas, no se le debe pedir discreción; ella no necesita un nuevo clóset.



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