La previa

Estábamos todos en pedo. La joda había empezado a las nueve y ya eran la una y media. Gastón se reía a los gritos, caminaba en zigzag por todo el departamento. El Ruso se encontraba parado en un rincón, dándole la espalda. Nos había dicho que no quería estar ahí. Miguel lo quiso convencer  porque se cansó de tenerlo todo el día encerrado en la casa. Al final, lo llevamos a la fuerza. De todas maneras cuando acabó la tercera cerveza cayó al suelo y se puso a hablar por teléfono. Gastón se le acercó y le sacó el celular, para luego tirarlo en una esquina, lo que nos pareció gracioso. Desde donde yo estaba se podían oír los gritos de Miguel. El Ruso se empezó a sentir incómodo cuando lo puso de pié, lo abrazó y lo tiró contra la pared. Nosotros nos seguimos riendo. Fueron dos segundos los que pasaron entre esa escena cómica y lo que vino luego. Primero lo besó, no apasionado sino apretándole los labios para que no pudiera abrir la boca. Después le apoyó una mano en el culo, por arriba del pantalón, y con la otra lo encadenó a su cuerpo. El Ruso se quedó inmóvil, nosotros mareados y sin entender un carajo empezamos a movernos para ver cómo reaccionar. Gastón lo dio vuelta y le mordió el cuello mientras le empujaba la cabeza hacia adelante. Se notaba que el otro quería soltarse pero Gastón era demasiado grandote e incluso en pedo era capaz de matarnos a golpes. Le pasó la lengua por la oreja, lo obligó a besarlo de nuevo y le pasó el bulto por el orto. Lo llevó hasta la puerta, levantándolo por la cintura. Miguel seguía gritando desde el teléfono. Al otro lado, la habitación se veía como una cueva oscura. Cuando despertamos del letargo y fuimos hasta ellos, Gastón ya le había bajado los pantalones. El Ruso nos miró con los ojos perdidos mientras la puerta se cerraba delante de su cara y los dos se hundían en las sombras de la noche.

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